la Peste
Cuando Movistar+ anunció que empezaba a producir ficción original, La peste fue el primer proyecto en hacerse público. Era una serie que llegaba con grandes nombres detrás, como los del director Alberto Rodríguez y el guionista Rafael Cobos, con la ambición de reconstruir la Sevilla del XVI en toda su gloria y miseria y hasta con unas cifras de presupuesto que, después, no se hicieron públicas para ninguna otra serie, y que situaban la temporada en unos 10 millones de euros. Todo esto hacía que fuera un proyecto complejo y, de hecho, aunque se anunció la primera, fue la cuarta en emitirse, detrás de Velvet Colección, La zona y Vergüenza.
Las dimensiones de la serie se aprecian cuando se visita su rodaje, en los alrededores de Sevilla. Fuera de Series tuvo la oportunidad de hacerlo a finales del año pasado, viendo de primera mano cómo se puede recrear el siglo XVI entre dos almacenes de un polígono industrial a las afueras de la capital sevillana y un monasterio en Utrera que, a principios del siglo XX, funcionó en parte como fábrica de jabones y aceitera de orujo (y que, por cierto, está a la venta por unos cinco millones de euros).
La labor de recreación es muy importante y muy extensa porque en la Sevilla actual apenas quedan restos de casas y calles del Siglo de Oro, y porque es un aspecto fundamental para lograr la inmersión en la época que pretenden sus creadores, Alberto Rodríguez y Rafael Cobos. El primero explica que “la idea de la primera era hagamos un viaje en el tiempo, y creo que lo fue desde el principio. Ésta tiene eso, pero creo que, además, pasan muchas cosas”.
De hecho, los responsables de vestuario afirman que la ambientación histórica es, quizás, hasta más importante en la segunda temporada que en la primera, sobre todo porque La peste ya no va a ser la serie oscura del principio, sino que se va a mostrar más luminosa y aventurera.
Fernando García López, figurinista, y Lourdes Fuentes, jefa de vestuario, ofrecen un tour por la nave en la que se almacenan más de 1.500 trajes. En ese departamento de la serie ha trabajado una treintena de personas que se encargan de ambientar las piezas, retocarlas si hace falta y, si las prendas forman parte del 80% que se ha alquilado a casas como Cornejo o Peris, se lavan y se dejan igual que cuando las recibieron para devolverlas. Ese equipo viste a 80 actores, de los que quince son protagonistas a los que el vestuario se les hace a medida.
La evolución en el tono de la temporada se aprecia más en los trajes de Teresa de Pinelo, la pintora, que pasa a vestir más color que el resto de mujeres nobles de La peste. En las fotos promocionales ya se ve un traje naranja y en la nave de vestuario había otro de un intenso verde.
En que todas las piezas, incluidos joyas y tocados, sean históricamente rigurosos se confía en el asesor histórico de la serie, Pedro Álvarez, pero a veces no es fácil encontrar documentos o imágenes que ayuden a los técnicos a, por ejemplo, construir una carroza noble. En las tres naves que ocupa el departamento de arte, supervisado por Pepe Domínguez, se pueden ver algunas de esas carrozas, barcas y hasta un caballo de mentira muerto. Hay pasillos enteros de muebles, lámparas y figuras de santos y vírgenes, y hasta un taller propio en el que fabrican de cero, por ejemplo, tejas de poliestileno y tienen una máquina que talla “madera” como si fuera el trabajo de un artesano real.
No es una errata que pongamos madera entre comillas, ya que se utilizan materiales más ligeros que facilitan el transporte de las piezas al set de rodaje. El hierro, por ejemplo, se simula con espuma flexible de poliuretano. El trayecto desde los almacenes hasta el monasterio de Nuestra Señora de la Encarnación, en Utrera, donde estaba ubicado el decorado principal no es largo, pero la logística de transporte es complicada porque las piezas suelen ser muy voluminosas.
La calle “multiusos”
En realidad, la parte del monasterio que La peste ha “tomado” es una calle entre la antigua fábrica de jabones y la de aceite de orujo. Dicha calle está totalmente ambientada; en una pared se ha construido un porche y la de enfrente está pintada de rojo. Además, el equipo de producción dispone de dos módulos móviles que les permiten cambiar la configuración de la calle de una noble a otra situada en un barrio pobre.
El departamento de arte tarda dos semanas y media en preparar la zona para el rodaje; el suelo está totalmente embarrado y en los arcos de los soportales hay puestos de libros y hasta un figurante que lleva en hombros una cabra muerta. Cuando la prensa visitó el set, se estaba rodando una escena bastante sencilla en la que Mateo (Pablo Molinero) y uno de los nuevos personajes, interpretado por Federico Aguado, paseaban por la calle hasta encontrarse con algo muy concreto. Esta vez, La peste recupera su historia cinco años después del final de la primera, con un Mateo que ha regresado cambiado de América y una mafia local, La Garduña, como nuevos antagonistas.
“Hay un poco más de presupuesto, pero no mucho. El presupuesto hacía falta para sacar adelante la serie como había que hacerla”, explica Alberto Rodríguez, que añade que “lo que yo creo que ha aumentado en esta segunda parte es la peripecia, la aventura. Es casi más una película de cine de aventuras, con una parte de cine negro de gangsters, de hampones, de policías, más que otra cosa. Tiene un poco de todo. Tiene un poco que ver con lo decíamos de la primera, que era un fresco del XVI. Ésta amplía el lienzo, o es un segundo cuadro de lo mismo”.
En los últimos meses de este año, probablemente, descubriremos si La peste se ha convertido más en Los intocables de Eliot Ness, como afirma Rafael Cobos.